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Ya está.

7 enero 2013

Entonces un día llegó, callado, nos conocimos. Me dijo su nombre, uno que otro sueño y nos pusimos al trabajo. Pocos días después celebramos algo tímidos pero llenos de alegría, tímidos porque apenas y nos conocíamos. Entonces pasaron más días, el trabajo se volvió un lazo que iba amarrando pero sin asfixiar, porque ahora hablábamos más, la timidez se hizo confianza, la alegría siguió repitiendo y celebrábamos con abrazos de verdad. Entonces un día fue mutuo, fue del corazón, fue de la fuerza que nos unía, fue de la sinceridad con que nos decíamos cada cosa, bonita o fea, mala o buena, alegre o triste, fue de la sinceridad de donde brotaron esas tres palabras que serían la forma de agradecerle al otro los momentos. Entonces siempre y sin darnos cuenta hubo respeto, entonces coincidimos en que era lo único necesario para que lo demás funcionara y así fue. Se perdió la cuenta de las peleas, discusiones, rabietas y desacuerdos, porque esas mismas siempre terminaban con un abrazo al final del día. En cambio mantuvimos la cuenta de los triunfos y la felicidad, claro está contando también las derrotas, porque esas, esas las enfrentábamos juntos y así como las victorias, también las sentíamos propias. Entonces hablábamos al final de cada situación, para entender qué había que mejorar y qué debíamos mantener. Entonces resultó que teníamos sueños juntos, objetivos claros uno al lado del otro. Sudamos cada día por ellos. Entonces llegamos al punto de que si unos de los dos comenzaba una frase el otro sabía cómo completarla perfectamente, y eso nos unió más, nos volvió casi inseparables, casi. Entonces un día uno de nuestros sueños más ambiciosos estaba realizado, pero ambos sabíamos que era solo el comienzo y que el camino que seguía era precisamente el que buscábamos, nada fácil porque así lo queríamos. Entonces ya nos conocíamos un poco más, éramos más generosos con los abrazos y las tres palabras, aunque espontáneas, seguían saliendo desde adentro, sin importar lo que aconteciera. Entonces me despedí una noche, esperando vernos pronto. Al día siguiente, resultó que ya no nos veríamos más, esa noche sin decirlo había sido un hasta siempre, y entonces ese día siguiente le pregunté, tal vez a la vida, tal vez al vacío, tal vez a él en la distancia: y entonces?

Entonces desde ese día ya no lo vi más, pero seguimos despidiéndonos al final del día con un abrazo y dejando que desde lo verdadero broten las tres palabras: lo quiero mucho.

Mr.Öink